El suicidio de una avispa

relato corto sobre las abejas

Tenía espacio para volar, tenía aire, tenía plantas pero no tenía libertad y no sabía que alguien estaba intentando devolvérsela.

Ya tenía una técnica para sacarla de ahí, pero estaba muy alta y no llegaba hasta ella, incluso le hablaba para que bajara como buena urbanita intentado entender las reglas del campo y el lenguaje de los animales.

Al poco me di cuenta que estaba demasiado quieta, una quietud extraña, algo que la naturaleza muchas veces hace, como si la vibración bajara para unirse a un devenir continuo, como un río que fluye siempre recogiendo almas, para llevarlas a dónde tengan que ir, eso lo sé ahora, y no se me olvidará.

El preludio de muchos de los acontecimientos de la naturaleza es la quietud.

Buscando una silla para subirme volví a mirarla por si tenía suerte y había decidido bajar, cuando vi estupefacta como en pocos instantes se presentaba ante mí un suceso sobre la naturaleza de esos animales que desconocía. Un ritual que parecía aprendido de forma innata y que respondía al libre albedrío, aquel que por decisión propia desencadena una opción madurada.

¿cómo iba a saber la avispa que había próxima una escapatoria, que otra opción se estaba creando para sacarla de allí más allá de sus esfuerzos? …

Rompió la quietud vertical con un elegante y cuidadoso movimiento, se acurrucó de una forma embrionaria, y no hizo falta más que una tentativa, se clavo exactamente el aguijón dónde ella sabía que no había vuelta atrás y callo al alfeizar de la ventana detrás de una maceta de forma instantánea, como el que gira la llave de una puerta y se va.

Era todo un enorme malentendido, ella tenía que volver a su hábitat, al que pertenecía y en el que se sentía libre. La apreciación de que incluso ese sucedáneo de «aireario» estaba siendo suficiente, era tan solo una patraña únicamente capaz de razonarla un ser humano programado, porque los animales lo saben, eso no era lo que debía ser y ella ya había entendido que estaba en lugar equivocado.

En realidad se rindió, supo entrar pero no pudo salir, porque por el pequeño hueco al filo de la ventana, por el único lugar donde había entrado podría haber salido, pero no lo encontraba, no lo recordaba, y todo ese tiempo que estuvo allí, fue suficiente para tomar esa decisión ¿Por qué entonces?

Tal vez fue el tiempo, los intentos o tal vez fuera que no quería vivir así, en ese sucedáneo de espacio improvisado se veía el campo, el cielo, la luz pero era inaccesible porque estaba detrás de una mosquitera; esa pudiera ser ya razón suficiente.

Mi avispa no tiene nombre, ha dejado una huella de clarividencia que no olvidaré por lo esencial en términos de coherencia, valor, y conexión con una misma; además me hace pensar que igual sin saberlo todos somos avispas sin nombre encerradas sin mala intención en un hábitat que no nos corresponde por muchos sucedáneos y complementos del Ikea que le pongamos.

La desconexión de los entornos naturales ha separado al humano de su espacio esencial de crecimiento y desarrollo, un terrario con cada vez menos tierra, aire y agua …

Nacemos y crecemos en ambientes cada vez con más artificiosidad, espacios que no tienen nada que ver con algunos de nosotros. Para otros, en cambio, esos otros que encajan perfectamente en ese mundo real y virtual es perfecto o suficiente ¿ No serán humanos? Viven en lugares donde los animales que colaboran con el ecosistema natural no pueden vivir, los que hay ya son como ellos dependientes, afuncionales, sin disfrutar de sus características biológicas, con collares y chips, otros están escondidos y han tenido que adaptarse para no perder su verdadera esencia.

(relatos)